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Una ventana abierta a la Pluri 11. Bienvenidos! Welcome! Bem-vindos!
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Federico Lorenz
La pandemia, que lo trastornó todo, exige pensar en las aulas como un espacio donde la esperanza desplace a la incertidumbre
He tenido cuatro o cinco veces el mismo sueño. La sala de profesores está toda cubierta por una capa de polvo. Los sillones, la gran mesa de reuniones, el piso de madera, las lámparas de bronce, inclusive los enormes cuadros que adornan las paredes. Mis zapatos dejan huellas como si caminara por la arena. Voy rumbo al cajón rotulado con mi apellido donde guardo mis cosas. La luz matinal entra en haces por las altas ventanas y colorea el amplio recinto. Tiene el color de esas películas de ciencia ficción en las que la nieve o el polvo cubren escenarios de la vida cotidiana congelados por algún mal incomprensible. Me pregunto si mis libros, mis herramientas de trabajo, las infusiones que me guardo para las horas libres o los espacios entre turnos estarán también así, empolvadas, privadas de su vitalidad porque no las podré usar quién sabe hasta cuándo. Siempre despierto en el momento en el que voy a abrir ese cajón. Sueño aquello que más extraño, como los prisioneros de Auschwitz que Primo Levi describió masticando en sueños el pan que no habían comido durante el día.
Una semana antes del primer anuncio de aislamiento obligatorio nos reunimos en mi casa muchos de los profesores del Departamento de Historia del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). No veo a mis compañeros desde entonces, y a mis estudiantes de este año aún no los conozco en persona, aunque he intercambiado incontables mails y trabajos prácticos, así como probablemente horas de audios, videos, y clases online. Sé de su cansancio y preocupaciones, así como de las diferentes maneras en las que estos meses de encierro los han afectado. Este año tengo varias divisiones de distintos años, conversamos mucho sobre los días que atravesamos. Una de mis hijas empezó este año su curso de ingreso para el CNBA; la otra vive un quinto año que nunca imaginó. Desde que empezaron las clases virtuales se nos rompieron una computadora y una tablet (viejas, es verdad) al igual que a algunos colegas y conocidos ("privilegiados" porque las tenían para la virtualización educativa forzosa). Muchos espacios familiares se han alterado por la irrupción de la escuela en casa, y a la inversa, porque como pocas veces los padres docentes nos hemos traído el trabajo al hogar. Los límites entre el trabajo y el hogar, entre lo público y lo privado, entre las escuelas y las casas, son mucho más difusos que antes.
¿Cómo viven esto las chicas y los chicos? Con creatividad y paciencia algunos, con apatía o desgano otros. Con demandas de atención y cuidado que expresan de distintas maneras. Indefensos y expectantes ante un futuro que se ha reducido al "día después". Ante esto, como adultos emerge como tarea principal la defensa del futuro como un horizonte positivo y que debe ser construido, un espacio que les pertenece y que significa mucho más que volver a verse con sus amigos, aunque eso sea lo que más deseen. El aislamiento convive con una aguda pérdida de horizontes debido a la incertidumbre: ¿Cómo será el año próximo? ¿Cuándo volveré a ver a mis amigos? ¿Cómo seguiré mis estudios? O, más brutalmente, ¿se contagiará alguno de mis seres queridos? Aunque sea difícil, debemos evitar que el deseo urgente de recuperar lo perdido nos obnubile y nos impida ver más allá de los próximos días o meses: proyectar un país a muchos años, que encarne en políticas más allá de las acciones concretas.
¿Cómo será la educación cuando volvamos? En muchas de las respuestas que circulan predomina la preocupación por lo sanitario, que no deja de ser importante, pero se descuida la formulación de propuestas del tipo "qué educación para qué sociedad". Resulta preocupante: corremos el riesgo de que el deseo de recuperar una normalidad que no volverá arruine la posibilidad de introducir cambios reales tanto en el sistema educativo como en la sociedad del futuro. Por ejemplo, permitir que cada jurisdicción adecúe un protocolo nacional a su realidad es reconocer la heterogeneidad del sistema educativo, pero puede ser una peligrosa forma de perpetuar la desigualdad. Si hay algo que desnudó la transición de emergencia al mundo virtual es una brecha social y económica que cualquier escuela futura debe tener por objetivo cerrar. Para lograrlo serán necesarias políticas activas y de largo plazo.
El problema sanitario será un gran condicionante de la política educativa. Por eso es necesario un pensamiento capaz de tomar distancia de la urgencia y enunciar el lugar social que tendrán las escuelas luego de una catástrofe colectiva que estudiantes y docentes tendrán que procesar como parte de su aprendizaje, pero sin que lo determine. La pandemia obliga a repensar el lugar específico de la educación y qué esperamos de ella. Por ejemplo, los estudios que "miden" la eficacia de los docentes o el grado de escolarización de los chicos por la cantidad de veces y horas que han estado conectados deben ser tomados con pinzas. Sé por propia experiencia que una profesora que tuvo palabras de aliento y afecto para sus chicos y que los puede individualizar hizo más que alguien que se limitó a subir actividades y recibir trabajos como quien recoge una red, aunque lo haya hecho conectándose todos los días.
Sobrevuela la idea de que vamos a volver al mundo que conocimos, que recuperaremos la escuela y nuestra cotidianidad habituales, pero eso no será así. Uno de los mayores desafíos para los adultos, docentes o no, es el de transmitir esta idea a quienes están creciendo sin inocularles el pesimismo. El futuro nos desafía a sostener un equilibrio delicado: crear escuelas para procesar una catástrofe social mientras construimos herramientas para proyectar un país que no sea desigual ni excluyente. Las políticas restrictivas con respecto al Estado y al gasto público muestran hoy descarnadamente sus efectos nocivos y su costo social.
Las aulas tienen que ser un espacio en el que la esperanza desplace a la incertidumbre. Y salvo que seamos unos mentirosos redomados, solo podremos lograr ese objetivo si estamos convencidos de que esto es así. Ahora bien, ¿podemos señalar un rumbo si no lo definimos antes? Para ponerlo en términos pedagógicos: ¿qué aprendimos de esta pandemia? ¿En qué sociedad queremos vivir? La nueva normalidad implicará nuevas formas de llevar a cabo muchas tareas y forzará a repensar la forma en la que lo hacíamos en el pasado. Cómo absorber esos cambios sin resignar derechos ni libertades es una pregunta desafiante y se aplica también a la educación. ¿Habrá que reformular planes de estudio, la infraestructura de las escuelas, la forma de dar clases y de evaluación? Estudiantes y docentes deberán disponer de apoyo tecnológico adecuado para instruir y educar. Esto significa desde computadoras hasta conexiones adecuadas. No es una quimera; es algo que el Estado ya hizo. Hay que discutir seriamente qué entendemos por calidad e inclusión educativas. La jerarquización del trabajo docente en todos los sentidos es clave: tenemos que ser conscientes de que un grupo importante de nuestra población -los niños y adolescentes- atraviesa una experiencia traumática en sus años de formación y necesitarán mucho más apoyo del que hubieran recibido con el típico esquema educativo.
La distopía está aquí, y en las escuelas, con claroscuros, la transitamos con una enorme dignidad, muchas veces inspirados por los más jóvenes, quienes en una visión tradicional no tendrían más que esperar lo que tenemos para decirles. ¿Y si resulta que en su pedido de afecto, en su reconocimiento de la entrega y la dedicación, nos están marcando el camino? ¿Hay algo capaz de reemplazar el encuentro solidario y constructivo entre semejantes? Nada, pero el mundo como lo conocemos, tensado al máximo por la pandemia, cada vez deja menos lugar para que eso se produzca.
Los profesores debemos aceptar que no podemos soñar con la vuelta a las escuelas que teníamos, sino a una mejor: una en la que nuestra función social sea reconocida no sólo retóricamente, en la que podamos propiciar el despliegue de la humanidad de las chicas y los chicos que dependen de nosotros. El sueño recurrente debe ser el de una educación que libere e iguale. Un sueño en el que al despertar todo esté allí para trabajar.
https://www.lanacion.com.ar/opinion/sonar-una-escuela-que-libere-e-iguale-nid2426860#
El 17 de
agosto de 1850 murió un americano cuyo único afán era luchar por la libertad y
la independencia de los pueblos. Si escuchamos hablar de José de San Martín,
escucharemos referirse a él como un prócer, el Padre de la Patria, el gran Libertador.
Pero si nos
detenemos a pensar quién era realmente San Martín, podemos ver que era una
persona corpulenta, vigorosa, con una mirada penetrante, muy perceptivo. Él
sabía lo que las personas pensaban, tan solo con mirarlos a los ojos.
Fue una
persona muy exigente en todo lo que tenía que ver con su trabajo, consideraba
que valía la pena cualquier sacrificio a cambio de la libertad.
Un gran
estratega. Muy inteligente a la hora de idear los enfrentamientos y conseguir
la victoria. A pesar de que buscó colaboración de los gobernadores y solo
recogió indiferencia y promesas incumplidas fue capaz de fijar sus metas a
largo plazo. Con esta virtud y en función de las mismas, pudo planear las
operaciones, poniendo en juego todos los conocimientos y experiencias militares
adquiridas en Europa, al servicio de la naciente Revolución Americana.
Si bien fue un
gran militar, siempre consideró la educación por encima de todas las cosas, una
frase importante de San Martín fue “Es
mucho más útil la mano que empuña una pluma, que la que empuña un sable.”
Yo
me pregunto: ¿Por qué San Martín consideraba a la educación más importante que
la guerra cuando él mismo se preparaba para vivir o morir en una batalla? Quizás
deberíamos considerar que las batallas fueron inevitables e impostergables para
la independencia y la libertad, pero que a través de la educación podremos
conservarla. Fue así que incentivó la creación de establecimientos educativos
públicos, gratuitos y laicos, además marcó ideales que todavía se mantienen
vigentes.
San Martín siempre
se preocupó por todos, más que por su propio bienestar. Se caracterizaba por su
buen humor, y sus buenos modales, era muy educado, jamás decía algo fuera de
lugar. Era una persona que hablaba poco de él mismo, muy reservado en el sentido
de no contar sus problemas o sus cosas más privadas. Tal vez, pienso que le
gustaba jugar con el misterio, ya que era muy callado e introspectivo. Estoy
segura de que él analizaba muy bien sus propios pensamientos y sentimientos.
Será por eso que no se permitía cometer errores y pensaba muy bien qué decir o
hacer y en qué momento actuar.
La figura
militar de su padre y los valores de su madre lo convirtieron en una persona
previsora, disciplinada y apasionado por la libertad.
San Martín era
una persona de carácter fuerte y no se dejaba convencer fácilmente. Defendía
sus derechos como pocos y pensaba que había que tratar a todos por igual, blancos,
indios, negros, ricos o pobres. Su frase: “todos
somos iguales ante el Supremo y ante la muerte”, nos deja ver cuán
importante era para él la igualdad entre las personas.
Personalmente
considero que el respeto a los derechos de cada uno y la igualdad son
fundamentales para progresar como sociedad. Actualmente seguimos luchando por
la igualdad y el respeto a los derechos, algo que después de tantos años quizás
debamos seguir aprendiendo si queremos ser mejores.
El
General tuvo una total coherencia entre su vida pública y privada. Así, su vida
estuvo definida por el patriotismo, la humildad, la responsabilidad y la capacidad
en el desempeño de sus funciones. Le gustaba jugar al ajedrez ya que lo
consideraba un ejercicio de concentración.
Es considerado
un gran padre, y eso me sorprende mucho. Esa consideración surge al haberle legado
humildad y amor a su hija, entre otras enseñanzas. Siempre se preocupó por
inculcarle respeto y valores supremos.
En otras
naciones, fue proclamado por multitudes. Llegó a la cima del poder y abdicó
para dejar a la voluntad de los pueblos la elección de sus gobiernos.
Siempre se
habla de San Martín como una especie de héroe o como un ídolo, pero como
mencioné en el título de este relato, San Martín fue una persona como todos, porque
también se angustió, dudó, tuvo contradicciones a lo largo de su vida. Seguramente
sufrió con la muerte de su esposa. Todo esto lo hace más humano todavía, lo
acerca a nosotros, y por eso tenemos la obligación de pensar que todos podemos
ser como San Martín: ser una gran persona. Él es un espejo donde todos debemos
reflejarnos, para encontrar el camino de su ética. Aunque muchos de esos
valores quedaron olvidados, cada 17 de agosto nos invita a reflexionar qué
queremos como sociedad y qué valores no podemos olvidar.
“Preciso es que nos llamemos independientes para que nos conozcan y respeten.”
Camila Salinas
7A
Escuela N°11
DE 6 “José Federico Moreno”
Prof. Walter Croce
Agosto 2020
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Esta composición sobre la personalidad del Gral. San Martín fue seleccionada para representarnos a nivel Distrital: https://padlet.com/Sup6_dep/sanmartinde6
Felicitaciones Camila!
José de San Martín
(Yapeyú 1778 - 1850 Boulogne-sur-Mer)
Una persona deja una marca en su paso por la vida. Este correntino hizo todo hasta conquistar su libertad y la de su pueblo, en el mismo barro peleando codo a codo con su gente. Un verdadero líder.
José lo sabía, el mundo no está amenazado por la gente malvada, sino por la gente que ve la maldad y no hace nada al respecto.
L@s chic@s de 3° lo estuvieron conociendo un poquito más y nos comparten sus preciosos trabajos!
La infancia es donde los sueños nacen, donde el tiempo no está planificado.
El corazón de los alegres y sensibles puede aprender a volar con alas para siempre.
Tener ideas felices, te eleva.
Familias: Mañana vuelven los torneos escolares que organiza el Programa de Ajedrez Escolar.
En el blog del programa está toda la información para inscribirse:
http://ciudadajedrezescolar.blogspot.com/p/torneos-escolares-2020.html